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26/9/09

La madriguera salió movida


Este es un recontradiminutometraje que hice el año pasado junto a Martín Gilioli, (partiendo, con gran libertad, de "La foto salió movida", cuento de Cortázar) para la materia Medios Expresivos I, Cátedra Groisman.

ACÁ: otra adaptación del cuento, también en colaboración con Martín, pero en formato Historieta.

21/9/09

Sobreviviente

Había llegado el momento, lo había decidido. Sus neuronas morían poco a poco, a ritmo cada vez más acelerado, y tal tendencia de seguro continuaría. Sus oídos, absolutamente inútiles, ya no le permitían componer más. Su vista y su pulso fallaban también, desgastados por los años. Y no le quedaba mucho que ofrecerle a ninguna mujer, por lo que ninguna tenía nada para ofrecerle a él. No, orgulloso como era, escogió evitar la decadencia y acelerar lo que de todos modos era inevitable. Pasó semanas deliberando intensamente (o en realidad toda una vida haciéndolo, pero ahora con mayor rigor), descartando y sugiriéndose opciones. No elegiría el gatillo, el tren, la soga ni la navaja, no. No podía redondear su vida con algo tan banal, tan común. No él, que se sabía a alturas tan inconmensurables. Siempre había fantaseado con volar y quizás esta fuese su oportunidad. Pero… ¿Era conveniente dejar un cuerpo destrozado? ¿No sería mejor fomentar un funeral magnánimo? Muchos asistirían, sin duda. Todos esos noticieros ligeros lo rodearían al fin de elogios, anécdotas inservibles y musiquitas delicadas, arrastrando a algunos al borde de su ataúd. Imaginó un colosal cortejo, a toda la ciudad movilizada, marchando en su honor al son de alguna oda improvisada por alguno de sus colegas amigos. Supuestos amigos. Se preguntó por su presencia en los medios internacionales, o en los futuros libros de historia, o en el inconsciente colectivo de las sin duda lamentables futuras generaciones. No supo si soñar con vivir en ellas, o con su destrucción. El ego o el bien, esa duda que siempre lo sobrevoló. Volvió a pensar en su fin. ¿El ego o el bien? ¿La muerte grandiosa o la útil? Se vio arrojándose vivo a las fauces de algún animal hambriento, o como futuro abono de tierras salvajes. Las ordas de seguidores egoístas no le permitirían destinos de esa índole. Si deseaba algo así debería llevarlo a cabo secretamente. Resignarse a la gloria. Hacerse desaparecer, sembrar dudas ¿Convertirse en mito? Entonces tal vez no fuera necesario resignarse a los pedestales, tanto de cara al pueblo, como ante la verdad absoluta. Sí, sería un gran fin. Tendría que hacer todo perfecto. Ni un error. Tediosas semanas de estudios meticulosos le tomó planear cada detalle. Terminado ese período, lentamente todo empezó a terminar. Fue sembrando sus palabras póstumas en los sitios precisos, cargándolas de distraídos simbolismos y gran capacidad de reinterpretación. Disimuló deseos. Fingió futuros distintos del que de antemano conocía. Luego, orgulloso de sí mismo (como siempre, o posiblemente más que de costumbre) marchó a la que sería su tumba. Dejaría en absoluto secreto a su cuerpo pudrirse paulatinamente a los pies de todos esos árboles moribundos, con la esperanza de alimentarlos un poco. Alimentarlos a ellos, a las bestias que se aproximarían, y a las mentes que lo idealizarían, convirtiéndolo en dinero o discursos. Desaparecería misteriosamente, se volvería inmenso. Como su muerte sería ignorada o dudosa ya no le preocupó la vergüenza de portar una bala en la sien. Caminó. Caminó dos días seguidos, lejos del pavimento y de pupilas y oídos ajenos. No pensó en lo que abandonaría y alcanzaría. No hasta que no se encontró frente a las improvisadas lápidas de raíces y ramas, tan cercanas al otro lado como él. No lo hizo hasta no haber sacado ceremoniosamente el arma del morral. En ese momento el instinto, todos esos millones de años de selección natural, lo atacaron desde adentro. Ningún cuerpo quiere morir, tal es nuestra soberbia esencia. Sus desesperadas neuronas (corazón, según varios) le trajeron recuerdos apresurados. Su pulso tembló mucho más de lo usual. El arma apenas colgaba de sus dedos. Su cerebro se encargó deliberadamente de rescatar de la memoria sólo aquello que lo hiciera dudar, aquello que alejara al metal del cráneo. Desolado, el artista luchó inerme contra esos engaños de la mente, esa tergiversación vital de la realidad. Pero no pudo, dudaba, estaba paralizado. Ante sus ojos se hallaban figuras que no eran las del bosque, momentos que no eran aquel. Recordó a su hermanito demasiados años atrás. Recordó también risas, ojos brillosos y caricias. Vio bellas mujeres que lo habían acompañado (mucho más bellas de como en verdad habían sido), y a otras a las que sólo había acompañado él, secretamente. Vio amigos saludándose. Perros esperando amos que no volverían. Una madre, quizás imaginaria, dando a luz. Recordó a grandes hombres haciendo grandes cosas, y a pequeños hombres haciendo pequeñas cosas. Y, tan confundido lo tenían sus secretas ansias de vida, que creyó que ambos tenían la misma importancia. Reparó luego con pesar en los pocos que lamentarían realmente su huída, a quienes vio sobredimensionados. Sí, remordimiento, eso también supo producir en ese momento su inconsciente. Le hizo creer que su vida aún podía ser útil, que debía serlo, e incluso que ya lo había sido. Le prometió felicidad (el viejo truco) y gloria. Grandes promesas acordes a las que su monstruoso amor propio requería para ser llenado. Pero tan grandiosas, que rebelaron su irrealidad. Con un esfuerzo repentino el hombre volvió a dominarse, estaba jadeando, arrodillado sobre la escarcha, otra vez frente al viejo bosque. Algo entre el cielo y el infierno lo esperaba. Levantó el codo, lo torció, apoyó el caño contra sus cabellos blancos. Cada milímetro de su cuerpo pujaba a la vez por combatir a la razón y al impulso, por mover y por detener al definitivo índice en su último movimiento. Todo en él dolía, sintió que podría morir antes de disparar. La lucha duró hasta el amanecer. Finalmente algo cedió y el estampido hizo volar un único pájaro. Único testigo. La bala penetró tan rápido, tan rápido destruyó y blanqueó su conciencia, que el hombre jamás supo si murió. Jamás supo que en él existía más fuerza que la acumulada durante milenios de evolución continua. No supo que en un instante de sobrehumana lucidez había vencido al instinto, a las generaciones y generaciones de supervivientes que lo habían precedido.

8/9/09

Yirando por Misiones... La saga comienza: mirando alrededor.

Acá van más ilustraciones que realicé durante esas misma vacaciones; en estos casos, más enfocadas hacia ese entorno pasajero que haciaa Buenos Aires, entorno tradicional en mí.
Falta un paisaje que quería que apareciese, pero por ahora no retornó a mis manos.