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24/5/10

Habitación.

Poco a poco vas olvidando que esos pasitos y esas reverberaciones son tus padres. Quienes entran furtivamente en tu habitación para hacerte la vida más amena son personas, son un padre y una madre, portan una personalidad y una significación específica para vos. Pero distraídamente lo vas olvidando. Ya no los percibís a ellos, percibís pasos, murmullos, respiraciones, platos apoyándose contra la madera, la manija de la puerta girando. Ya no son ellos, son sólo su imagen, son sólo una tenue impresión sensorial.

¿Pero no lo han sido siempre? ¿No ha sido el mundo siempre sólo la impresión sensorial que de él nos llega, “la superficie coloreada de las cosas”? Tal vez, pero esta visión meramente teórica se torna ahora en vos una realidad agobiante. Ya no es un supuesto frío, es tu padre y es tu madre desvaneciéndose en tu conciencia, convirtiéndose en la mera causa detrás de ciertos síntomas, simples fenómenos físico-químicos invisibles en sí. O, peor, entes abstractos.

Entran con cierto sigilo y realizan todo aquello (que jamás percibís de forma directa y que sólo deducís una vez que las huellas de su accionar quedan a solas con vos), realizan todo aquello que juzgan necesario o que en apariencia podría resultarte justo o provechoso. Entran y salen maquinal o animalmente, como autómatas renuevan tu agua, tu alimento, y secan la cama. Nunca los ves, no podés saber si ellos lo hacen.

Y lo que hay o había de personas, de seres vivos, de alma y mente en ellos se sigue perdiendo. Impersonales. Ya no tenés conciencia más que de sus pesos y velocidades aproximados, ocasionalmente de algún accesorio. Ninguna pista queda de sus sensaciones, sentimientos, ilusiones, distracciones. Olvidás o ignorás qué los moviliza y dejás de preocuparte por recuperar ese conocimiento, perdiéndote en los 20cms cuadrados de tu cráneo. Ellos son ahora como una llovizna, una puesta de sol, el crujir solitario de un mueble, la caída de u fruto, el paso de las estaciones, el movimiento de las placas tectónicas. Sólo muy ocasionalmente recuperás algo de tu antiguo estado mental y observás tus cambios en segunda persona, entrándote una mezcla rara de nostalgia, desesperación y expectación. Te preguntás también en esas situaciones cómo te percibirán ellos. ¿No sería lógico que te sientan también como una mera manifestación inanimada, un mueble más en tu propia celda? ¿Estarían también perdiendo toda empatía por vos?

En estas ocasiones solés sentir la necesidad enorme de gritar, levantarte de un salto y recriminarle al mundo por haberte olvidado, o pedirle perdón por ello. Y ser recibido con gozo por tus padres. Pero lo cierto es que nada de eso podés hacer, y bien lo sabés.

De todos modos, estos episodios de plenas facultades mentales pasan rápido, por lo que la angustia (esa particular angustia) dura poco. ¿Cuándo fue que perdiste pie y caíste de la realidad por primera vez? ¿Fue antes o después de estar así? ¿Cuándo fue que perdiste definitivamente la batalla y ya no quisiste o pudiste aferrarte a nada, apoyarte en vos mismo, en alguna suerte de lógica o en algún recuerdo (aunque estuviese terriblemente distorsionado) para asomarte un poco más a tu antiguo Vos, del que puede que solamente queden las fotos de la pared que ni siquiera podés ver? Puede que tu foto no esté ahí ya, puede que tu foto esté ahí y vos ya no seas como ella en ningún aspecto, puede que las secuelas hayan sido ínfimas, puede que no haya habido cambio físico alguno. No sabés. Ni siquiera sos capaz de preguntarte si nos abés por no poder o por no querer. La ciclicidad a tu alrededor, ¿en qué medida te aterra y desoriente? ¿Y en qué medida te reconforta, te resulta cómoda y gratificante?

¿A qué ciclicidad te uniste, a la de la máquina o a la del animal? Tenés la suerte (entendible por otra parte como desgracia, no lo niego) de ir olvidando tu pasado. Cuanto menos puedas comparar tu hoy con tu ayer más a salvo vas a estar de la infelicidad, y el conformismo te será más sencillo.

En tu condición actual ya empezás a entender, a tener la certeza de que el conformismo es la felicidad máxima o única, empezás a forzarte a olvidar todos esos valores negativos q los que él suele venir asociado. A los que solía venirte asociado.

Ahora que sólo tu existencia es certeza para vos (como mísero espacio de acción de tu mente enclenque), ahora que pasás tu días y tus noches (sin distinguirlas claramente) exclusivamente con vos mismo, ¿qué relación guardás con tu propia presencia? ¿Sos amo de tu Estar? ¿Sos esclavo de tu Ser? ¿El destino te encadenó a vos mismo o te liberó de todo lo demás, de “la superficie coloreada de las cosas”?

Te fuiste sintiendo más y más a gusto con la compañía de tus muebles, que apenás adivinás. A tus muebles, a tus paredes, a la ventana, sus tablas de madera y sus clavos, todos imperceptibles y sin percepción. ¿Y la vez aquella en que alguien subió con su mascota hasta la puerta de entrada? ¿Recordás qué sentiste? La respiración agitada y entrecortada, la paciencia y la impaciencia, el presente. ¿Recordás la fuerte empatía que sentiste por él, por los ruidos apagados que de él te llegaban a través de tu puerta cerrada? ¿No despertaste exaltado por unos segundos cuando su ladrido quedó retumbando entre las paredes altas y el techo, esa caja de resonancia minimalsta y ascética envolviéndote como un útero gigante?

Ese perro, sentiste, eras vos. La sensación apresuradita que te llegaba de tus padres periódicamente ya sólo podía iritarte. Son nada más que pequeños intrusos en tu intimidad, la escoria remanente de otras conciencias y momentos produciendo un efecto comparable al sonido agudo de un insecto oscilando en la oscuridad cuando sólo se desea dormir.

Casi podrías afirmar (si estuvieses en condiciones mentales de afirmar algo) que el mundo entero, es decir, lo poco que de él llega hasta vos (que, descontando la casi perpetua percepción de vos mismo, es Todo lo que existe) se ha convertido en ese insecto, en su zumbido picando en las orejas en temer que esté ahí sólo para chuparte la sangre.

Pero en realidad apenas tenés una muy ligera noción de que estás sintiendo esto, ¿no? Te sentirías horrorizado, probablemente, si fueses plenamente conciente de esta especie de egoísmo para con ese contenedor imprescindible de tu vida que es el mundo.

A veces, en tus raptos de entendimiento, llegás incluso a preguntarte por tu existencia: “¿He existido en el lapso entre esto y aquello? ¿Ha existido tal lapso? ¿Puede existir un lapso (o lo que fuere) si no estoy ahí para percibirlo? ¿Si me olvido, aunque sea sólo sea por unos segundos, de mí, existiré a pesar de ello? Ahora mismo que nada sé de los colores que me decoran ni de mis sabores, texturas o temperaturas, ¿poseo esas características o, por el contrario, soy pura y exclusivamente estos pensamientos presentes en devenir constante?”

Esta especie de ceguera, esta imposibilidad de movimiento físico y también mental ha ido haciéndote mutar. Viviendo inmerso en tu eterna oscuridad dudar del mundo se hace mucho más fácil. El existencialismo más extremo se hace carne.

Creo que los desiertos y ascetismo han sido en varias ocasiones de la historia de la humanidad propicios para la filosofía y la religión. Fecundos para el desarrollo espiritual, para la fe en que la verdad es “invisible a los ojos”, para la conciencia (o ilusión) de pequeñez, para concebir un cielo, un edén, un futuro, un nivel extra de realidad de las cosas, un alma. Algo más que lo comprobable, más bueno que lo real, más bello que lo real, más trascendente que lo real, más real que lo real. Tu oscuridad interior, ¿no es tu ayuno eclesiástico, tu desierto egipcio o noche pampeana?

Si salís algún día de esa especie de capullo, ¿en qué te habrás convertido? Y luego, ¿cuánto perderás de ello? Pero ahora nada de esto podés concebir.


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